Inmensidad y soledad por doquier...

El tiempo nos dio una tregua. Tenues rayos de sol colándose entre nubarrones oscuros fueron abriéndose paso durante el transcurso de la mañana, re-definiendo un día que había amanecido gris y amenazante. Nos levantamos dispuestos a partir, y no le dimos al lugar la oportunidad de redimirse. Ya en la terminal de buses, y con el boleto de viaje en la mano, se nos ocurrió que quizás, este lugar tenía algo para ofrecernos ....
La noche anterior (luego de la lluvia, y buscando algún lugar donde cenar), recorrimos el entorno de la Plaza Principal, donde algunos antiguos edificios de orden neoclásico intentaban impregnar el aire de magnificencia, contrarrestando la imagen austera y sencilla del resto de la población. Histórica según algunos relatos que ubican su fundación a mediados del siglo XVI (se dice que es la 2ª población más antigua fundada por españoles en territorio boliviano),  es hoy capital provincial, y se encuentra ubicada sobre territorios que, hasta la independencia de Bolivia, pertenecieron a la República Argentina. Pero todo esto sería solamente una nota de recuerdo en nuestro diario de viaje, ya que estábamos prontos a partir.
Lo barato sale caro, escuche decir varias veces.  Entre las muchas opciones de transporte, y una guerra de ofertas al viajero con distintos costos y comodidades (que uno al comprar aún desconoce), aguardamos pacientemente, hasta que nuestro minibús partió de Tupiza con tan sólo 6 personas. Nosotros, pobres ilusos que pensamos que lo peor ya había pasado, comenzamos este viaje disfrutando del espacio y las vistas, y sacando fotos de un camino de grava que por momentos seguía el cauce del río, tristemente seco en esos momentos,  y en otros, se alzaba en la cima de cordones montañosos de amplios coloridos y una soledad oprimente. Hermosos campos cultivados con plantas de maíz y sectores dedicados al pastoreo de cabras contrastaban con las formaciones areno – arcillosas de los promontorios aledaños, que inundaban el paisaje con sus tonalidades ocre – anaranjadas.

A mitad de camino, ingresamos en la desértica  ciudad de Atocha donde, sin previo aviso y de una manera compulsiva, fuimos trasbordados a otro bus en el cual la gente viajaba hacinada, sin aire (ni acondicionado ni de ningún tipo), lleno de polvo y sin poder abrir las ventanas, y en donde habían hecho parar a un par de personas para que nosotros, “turistas”, pudiésemos ocupar el lugar que nos habían cobrado. No pude evitar sentirme observado, e incluso avergonzado, por usurpar un lugar que, hasta ese momento, había tenido otro dueño provisorio. No pude tampoco, evitar sentir que volvía a viajar por tierras nepalíes. … así transcurrió nuestro itinerario, adentrándonos cada vez más en un desierto de color ocre, donde la presencia humana mermaba, dando paso al silencio y a un horizonte que se perdía, solo, bajo un manto brumoso de tierra y viento. Mientras, en un momento del viaje, entablo conversación con Rodrigo, un caballero de tan sólo 6 años, quien con su dulce inocencia pero cargado de toda la perspicacia de que es capaz una criatura, me pregunta en voz alta el porqué de mis ojos verdes. Acongojado y medio arremolinado en mi asiento, murmuro una respuesta algo ininteligible, más queriendo deshacerme de lo embarazoso del momento, que tratando de brindar una explicación coherente.
Así, en medio de esa tierra desolada, y ya cuando pensábamos que nada ni nadie podía habitar estos cruentos parajes, se abre ante nosotros la imagen de nuestro próximo destino:  Uyuni.
Típico es, cuando se está de viaje en un país que no es el propio, que los viajeros busquen (entre tantas diferencias), acercarse a aquellos  con quienes encuentran similitudes, ya sea de idioma, o  religiosas o, incluso, por mera simpatía o afinidad. Ni qué decir cuando se cruzan con un compatriota!!! .  Así pues, y en una ocasión especial como lo era la noche de Año Nuevo, disfrutamos de la compañía de  Ana, Cori, Fabio y Julián, argentos a quienes habíamos conocido poco antes. Reunidos en torno a la mesa de un bar, aguardamos a que se hicieran las 12 de la noche  para festejar el Año Nuevo juntos. El menú? Un buen plato de Chorrellana (carnes, verduras, papas fritas y arroz blanco) con cerveza potosina. Una cena tranquila, pero muy amena; pocos juegos artificiales; escaso movimiento de gente;  un brindis “callejero”  y algo de melancolía por la lejanía de nuestros seres queridos, fueron nuestros festejos, aunque la pasamos realmente muy bien. Al otro día, nos enteraríamos que (mientras dormíamos)  pasaron las bandas musicales de las Fraternidades, tocando y bailando, en un alarde festivo que habíamos esperado, y no pudimos encontrar.
Uyuni es una población ubicada en una zona árida y agreste, y es utilizada como base para poder visitar las salinas que en su cercanía se encuentran. Aunque más grande de lo que aparenta, no posee demasiados atractivos en sí misma, pero es amena, con un ritmo de vida bastante tranquilo; una muy pintoresca terminal de trenes, su Plaza de Armas, y un tramo peatonal sobre la Av. Arce en torno al cual se concentra la actividad gastronómica y turística del lugar.  Emplazada al borde mismo del salar, la ciudad parece reivindicar (entre tanta vastedad inhóspita), la significación de su nombre de origen aymará: “lugar de concentración”.
Partiendo desde aquí, comenzamos el año visitando el Salar de Uyuni, considerado la extensión de sal  y litio más grande (12.000 km2) y a mayor altura del planeta. Este es uno de los destinos más visitados y admirados de Bolivia por sus extraordinarios paisajes, ubicado a una altura de 3653 m.s.n.m. Es un gran manto blanco, agreste, de horizontes infinitos, en donde la sensación de soledad y el silencio más sobrecogedor se hacen sentir con toda su  fuerza.
Según investigaciones, los lagos Michin y Tauca se “secaron” durante el período cuaternario de la Era Cenozoica,  originando grandes depósitos de costra de sal, conformados por 11 capas de tierra y salitre, con espesores que varían entre los 2 y 10 metros en la parte central del salar,  y un espesor en la parte superior, de 50cm.  Dentro de su vastedad, presenta también peñones rocosos (islas), que son antiguos volcanes que fueron total o parcialmente sumergidos, formados en parte por costras calcáreas (restos fósiles de algas lacustres o marinas petrificadas).
Una vez en el salar, pudimos apreciar algunos de los sectores de extracción y el afamado Hotel de Sal, donde nos detuvimos para tomar algunas fotografías. Luego, nos adentramos en una 4x4 hasta la Isla Inti Huasi (Casa del Inca), un promontorio rocoso cubierto de cardones gigantes de más de 12mts de altura, y desde el cual se obtienen algunas vistas panorámicas excelentes. Un lugar extraordinario, que conmueve con su blancura, silencio y vastedad pero que, salvo por sus dimensiones, no difiere en demasía con nuestras queridas Salinas Grandes (Jujuy)… no obstante, es un lugar digno de ser visitado. Sobre todo, por las imágenes de un estupendo atardecer que pudimos fotografiar antes de regresar al pueblo, disfrutando del mágico juego del agua y e
l cielo, superponiéndose, y reflejando caprichosamente sobre esta solución salina, los rayos de sol, que jugaban con diferentes tonalidades de azules.
Previo a esto, visitamos el Cementerio de Trenes, donde una treintena de máquinas herrumbradas forman fila, posando para los amantes de la fotografía, y sirviendo como testimonio de una época pasada, en la cual fueron armaduras destellantes, surcando las vastedades del altiplano boliviano.