
Como toda travesía, y más aún cuando nada ha sido planeado de antemano, iba a presentar imprevistos, algunos de los cuales se darían desde el comienzo mismo: demoras en la partida del bus; maniobras bruscas por indecisión del conductor, y errarle al camino, fueron solo algunas. No eran un buen augurio, pero algo acostumbrado ya a las vicisitudes que la ruta impone, consideré que lo mejor sería relajarme, y dejar que todo fluya.
Coincidiendo en tiempos y ansias de viajar, poco antes de mi partida se sumaría a los planes Mariana (colega), con quien compartiríamos el camino hasta alcanzar nuestro objetivo más importante: la Ciudad Sagrada de Machu Pichu. Para ello, deberíamos atravesar Bolivia en prácticamente toda su extensión sur – norte, siguiendo el curso de algunos de sus más importantes cordones montañosos, y atravesando diferentes regiones que nos irían maravillando con el correr de los días.
Nuestro primer contacto con este hermoso país no fue, ciertamente, del todo grato. Arribamos a la ciudad fronteriza de Villazón, luego de haber pasado 26 horas en un bus, y poco más de 3 hs aguardando para poder realizar los trámites aduaneros, debido a la inoperancia de la Gendarmería Nacional, que considera que un solo efectivo es suficiente para atender a un caudal de personas que, en fila, supera la centena. No debería sorprenderme. Como Guía, vivo estas situaciones habitualmente en gran parte de los cruces fronterizos de nuestro país, pero no debido a la costumbre, dejo de avergonzarme ante estas circunstancias.

Debiendo esperar, nos dedicamos a deambular con nuestras mochilas al hombro por la ciudad. Esto, luego lo sabríamos, no fue la más brillante de las ideas: el mal de altura (soroche), se hizo sentir enseguida. Había que solucionarlo, por lo que decidimos apearnos en un barcito para comer algo y recuperarnos, con tal suerte que allí fuimos abordados por dos peruanos que venían bastante pasados de copas, y que no tuvieron mejor idea que acercarse a nosotros para compartir sus experiencias. Uno de ellos, Hugo, resultó simpático; a tal punto, que nos instó a visitarlo a él y su familia cuando visitemos la ciudad peruana de Arequipa (esperamos se acuerde de esto cuando se le pasen los efectos del alcohol).
Para cuando se levantó la protesta (6 horas después de nuestra llegada), la terminal de ómnibus era un lío de gente amontonada buscando desesperada sus autobuses; bultos y bolsos de tamaños y formas bien variadas; más de 50 buses atravesados unos delante de otros; docenas de vendedores gritando el nombre de la ciudad hacia la cual partía tal o cual ómnibus, y un altoparlante que emanaba sin cesar recomendaciones policiales sobre la seguridad. Decir un caos sería decir poco. Y entre todo ese mar de gritos y personas, nosotros, intentando identificar cuál sería el vehículo que deberíamos abordar.
Una vez en el bus, se nos ocurrió la descabellada idea de poder descansar camino a Tupiza (nuestro primer destino), sin considerar la posibilidad de que, la persona al volante, no fuese un simple conductor, sino (lo suponemos) un frustrado piloto de carreras que manejaría el vetusto aparato como si fuese un F1, en plena noche, por un accidentado camino de cornisa, de ripio, y bajo una tormenta eléctrica impresionante. Bienvenidos a Bolivia!!
Seis horas después (y aún con vida), descendemos en una pequeña y casi desolada terminal de ómnibus, mientras el aguacero arrecia y nosotros, sin ningún elemento que contuviera información del lugar (ni mucho menos que nos ampare del diluvio), tratamos de hacernos una idea acerca de dónde andamos. Es Tupiza, nos dicen unos chicos peruanos, a quienes al instante nos sumamos, para emprender una caminata de unos 15 bajo la lluvia torrencial (cargando las mochilas y nuestro cansancio). Ya resignados, avanzamos en hileras pisoteando charcos de engrudo marrón, hasta el área donde están los Hostales, pero al llegar, una patrulla nos grita por parlante: no avanzar! Alejarse!! Que hacer en un lugar que uno no conoce, a medianoche, y debajo de una lluvia torrencial? No tuvimos muchas opciones, más que emprender la retirada y seguir mojándonos, hasta conseguir un hotel barato.
